lunes, 20 de diciembre de 2010

Mensaje en la Primera hora del año 1946 Herman Hesse (Escritos Políticos)

¡Queridos Amigos! Un nuevo año nos acoge con ignoradas promesas y amenazas, y aunque esta hora de la medianoche no signifique más que cualquier otra hora de nuestra vida, celebramos en ella una fiesta, pero una fiesta seria, y hacemos bien, porque toda advertencia de retirarnos de lo cotidiano por una hora y dedicarla un poco a la meditación, a pensar en el mañana y echar una mirada retrospectiva, al examen de la situación y de uno mismo, al ajuste de cuentas y al recogimiento, constituye un bien en nuestra ajetreada y empobrecida existencia. La sola reflexión sobre el fluir del tiempo, sobre lo efímero de nuestra vida y de nuestras empresas sea hecha con tristeza o con valerosa alegría, representa ya algo de purificación y examen, suena clara e implacable como un diapasón en el medio de la confusión de nuestros días y nos demuestra hasta que punto nos hemos apartado, en nuestro interior, del buen estado de ánimo, de nuestro lugar en la armonía del mundo. Y también nos hace bien si, mediante tal reflexión, quedamos avergonzados y nos sentimos heridos en nuestra propia dignidad.
Esta vez, así parece, el Año Nuevo, bien venido y todavía tan inmaculado, significa algo muy especial e importante. Tras largos años de masacre y destrucción es para nosotros la primera noche de Año Nuevo que no hay guerra, en la que el mundo no esta lleno de infiernos y muertes, en la que aquellas máquinas diabólicas no surcan ya la oscuridad de los cielos, camino de siniestros objetivos. Cierto es que apenas nos atrevemos a pronunciar la palabra "paz", cierto es que aún estamos llenos de desconfianza hacia esa desacostumbrada quietud en el aire, más incluso esa desconfianza y esa preocupación por la fragilidad de una paz en peligro puede y debe ayudarnos a ofrecer nuestro sacrificio a la hermosa y a la vez recelosa hora, echando una mirada de reflexión al mundo y a nosotros mismos.
De nuevo estuvimos acostumbrados, durante una época, a no vivir años corrientes y privados, a no vivir tiempo humano ni vida humana, sinó "historia mundial", y otra vez, como después de todas esas épocas llamadas "grandes", la historia mundial nos produce escalofríos y repugnancia.
¡Qué espléndido y prometedor nos sonaba eso de "historia mundial" cuando todavía éramos chicos de escuela o muchachos jóvenes! ¡Cuánto anciábamos a veces, de niños, vivir algo de esa maravillosa historia que sólo conocíamos a través de libros e ilustraciones, participar en ella!. Ahora, nadie de nosotros lo anhela. Con amargura comprendemos que la verdadera "Historia Mundial" no es la de los libros de texto ni de las lujosas publicaciones ilustradas, ni es tampoco la sarta de gestas heroicas, sino una marea, un océano de terribles sufrimientos. ¡Qué hartos estamos de tanta grandeza con que las noticias de todo el mundo nos cubrieron a lo largo de años, cada día, qué hartos de la grandiosidad de la época, de los más impresionantes combates navales, aéreos y de la tierra de todos los siglos, es esa espantosa y fantasmal caza de marcas de lo horrible!.
En el fondo, no obstante, con la historia sucede lo mismo que con la vida y la humanidad. Igual que aprendimos a considerar los más bellos aquellos tiempos de la Historia en los que menos se nota tal Historia, cada uno de nosotros ha aprendido poco a poco a preferir, en su vida particular, las épocas tranquilas y armoniosas a las de aires tempestuosos, y para ello no nos servimos de ninguna medida filosófica, sino simplemente de la medida de nuestro bienestar. Esto es poco heroico y, además, banal, pero encierra algo: por lo menos es sincero.